No hay amor sin males

Se ha puesto de moda reducir el amor a un puñado de fases, enlazadas las unas con las otras de manera sistemática. Definitivamente han conseguido hacernos creer que hay una especie de esquema a seguir y que, por supuesto, siempre sabemos lo que viene después. Nos lo han contado. Y nos lo hemos creído. Nos hemos permitido el lujo de jurar por la eternidad. Como si no supiéramos que la vida otra cosa no, pero vueltas da. Nos pensamos que basta con decir "sí, quiero" una bonita mañana de mayo para que las cosas funcionen siempre. Error. Yo, por ejemplo, siempre he pensado que hay lagunas en los votos matrimoniales.
¿Estás dispuesto a no encontrar absolutamente nada porque el espíritu de los pintauñas, revistas y potingues varios ha invadido el cuarto de baño?

¿Podrás soportar un arsenal de calzoncillos y calcetines desperdigados por el suelo de tu casa el resto de tu vida?

¿Prometes no asfixiarla con un cojín cuando se tire tres semanas hablando de cómo tapizar el sofá? ¿Y las sillas? ¿Y el sofá otra vez?

¿Entenderás que los domingos de fútbol son sagrados y que ni la caída de un meteorito cambiará eso jamás?

¿Dirás sí quiero todos los días, aunque lo fácil sea no querer?
Entonces sí.

Quedaría raro escuchar esto en una boda, ¿verdad? Pues lo siento, pero es lo que hay. Y puede ser tan maravilloso como infernal.

Y sí, ellas van a seguir siendo raras de pelotas y ellos tontos de remate, pero con un pequeño matiz. Ella será tu rara de pelotas y él tu tonto de remate. Así de simple. Por eso sé que trabajar diez horas diarias tiene sentido cuando hay alguien a quien contárselo cuando vuelves a casa. Sé que levantarse a las siete de la mañana es un auténtico coñazo y que debería considerarse un delito contra la integridad física de las personas. Pero también sé que cuesta menos cuando al otro lado de la cama hay alguien haciendo lo mismo. Sé que la distancia puede ser mayor o menor, pero que siempre se ocupa de fabricar problemas que en realidad no existen. Pero también he aprendido que hay bonitas maneras de echarse de menos. Sé que las tentaciones están por todas partes, porque para eso fueron inventadas. Y sé que cerrar los ojos al pasar no te aleja de ellas. Al contrario, cuanto más abres los ojos, con más detalle ves que no valen ni la mitad de lo que ya tienes.
Sé que si no tienes el valor suficiente, el hombre de tu vida no será el hombre de tu boda. Sé que el tiempo, cuando lo dejamos pasar como meros espectadores, acaba destruyéndolo todo. Que al igual que cura, también puede crear abismos y que lo único productivo que podemos hacer con él es aprovecharlo e invertirlo en aquello que nos hace felices.

Y para terminar, mi última lección. Esta sí, grabada a fuego y sagrada como los domingos de fútbol. Aprendida entre esos gin tonic que se beben para olvidar:

El mejor remedio para el mal de amores es querer...
igual que la resaca se pasa bebiendo cerveza.

Comentarios

Entradas populares